12 de octubre de 2009

El arte de escribir crónicas

Leila Guerriero es una periodista que no sabe nada de periodismo. Nunca estudió algo parecido a Comunicación Social y cuando la invitan a dar charlas con estudiantes les recomienda abandonar sus carreras. "Y tengo pecados peores —dice—: consumo más literatura que periodismo, más cine de ficción que documentales, y más historietas que libros de investigación". Tal vez sean este desvío, estos gustos tan raros en una redacción, los que expliquen, en parte, la extraordinaria calidad de sus crónicas.

Frutos extraños reúne un conjunto de crónicas, perfiles, artículos de opinión y reflexiones sobre el periodismo que, en su mayoría, fueron escritas para publicaciones del exterior. Esta es una ocasión inmejorable, entonces, para conocer una obra de difícil acceso en Argentina, pese al promocionado auge del género de la crónica. Guerriero sostiene que el asunto del cronista es contar historias y no hacer de justiciero, como sucede con algunas versiones deformadas del oficio; y al mismo tiempo, más que el qué, dice, lo que cuenta es el cómo, "los vientos que impulsan la historia". Esa preocupación es visible en el extremo cuidado de sus narraciones, tramadas en base a escenas y relatos fragmentarios, generalmente abiertos con un principio contundente, que sitúa al lector en el centro de la cuestión.

Algunas de esas historias han tenido otras versiones: Jorge González, el gigante formoseño elegido en el draft de la NBA y luego estrella de la lucha libre; Romina Tejerina, la jujeña que mató a su bebé, producto de una violación; Yiya Murano, la envenenadora de Monserrat. Otras resultan más bizarras, como la del médico que se convirtió en clon de Freddy Mercury, o los integrantes de Los Reynols, "una de las bandas más improbables del planeta". Como sea, sucede como si estas historias fueran contadas por primera vez. No sólo porque Guerriero esté atenta a lo que pasaron por alto las crónicas anteriores sino por la profundidad de su registro, su intenso acercamiento, o incluso acoso, al objeto de su nota, algo que puede apreciarse de modo notable en "La voz de los huesos", donde compone una especie de coro en el que resuenan las voces y las historias de los integrantes del Equipo Argentino de Antropología Forense, o "El rey de la carne", un retrato del empresario José Alberto Samid que comienza por despojarse de los prejuicios sobre su personaje. Y esa aproximación repara precisamente en aquello que los malos editores y los malos redactores suponen accesorio: los pequeños gestos, las acciones que se reiteran de modo maníaco y tal vez misterioso, el idioma propio que se genera en ambientes cerrados, como en el de la venta directa (los productos Avon, Mary Kay, Amway) o los inmigrantes chinos y los rasgos discursivos peculiares de los entrevistados (entre otros, la disparatada reivindicación de la vaca por parte de Samid).

El periodismo que escribe Guerriero tiene una filiación explícita y asocia referencias opuestas: por un lado, Homero Alsina Thévenet, de quien retoma el culto por la precisión y la exactitud informativa (y al que le dedica una crónica, "Vida del señor sombrero", publicada un día después de su muerte) y por otro Martín Caparrós, en cuyos artículos descubrió que se podía "contar una historia real con el ritmo y la sensualidad de una buena novela". Algo que aprendió a hacer muy bien. Su iniciación periodística puede resumirse en dos escenas: en 1992, envió unos cuentos al diario Página 12; Jorge Lanata decidió publicar uno de esos textos, y de esa forma, a través de la ficción, ingresó en el mundo del periodismo; en su primera nota, sobre el caos del tránsito en Buenos Aires, el editor del mensuario Página 30 le recomendó que leyera Crash, de J. G. Ballard, para dar con el tono del artículo; ella ya conocía la novela, pero desconoció la sugerencia, quizá porque era una obviedad.

Leila Guerriero publicó Los suicidas del fin del mundo (2005), libro en que investigó una serie de suicidios en Las Heras, Santa Cruz. "Hablamos, claro, de crónicas sólidas que encierran una visión del mundo y se reconocen como una forma del arte, y no de pegotes amasados sin entusiasmo para llenar dos columnas del diario de ayer", dice. Y sabe de lo que está hablando.

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